México es un país de contrastes culturales, se ha escrito mucho sobre ello no hay duda, pero siempre resulta curioso pensar acerca de la posición de México como país “americano”. Para entender el moderno sentido de pertenencia de los ciudadanos de diversos países es necesario tener en cuenta que la creación y éxito de los estados-nación fue lo que provocó ese “sentido de pertenencia”. Sin ahondar en datos y argumentos históricos (pues el tema es complejo en exceso) podemos decir que el México moderno, y toda América, es producto del modelo de estado-nación implementado cultural y económicamente por las potencias europeas.
De esta manera, y en una visión muy simplista, tenemos 4 regiones diferenciales: Norteamérica, Centroamérica, el Caribe y Sudamérica. Nominal y económicamente México pertenece a Norteamérica, pero culturalmente no hay duda de que sus lazos con Centroamérica y Sudamérica son más fuertes. Aquí está lo bello del asunto, México es un país en una encrucijada entre lo geográfico y lo cultural; y por ello es impopular en la mayoría de los países americanos.
Norteamérica tiene una tradición cultural que se inclina más al purismo europeo. Estados Unidos es un país ampliamente “multicultural” (expresado en las minorías), al menos en el papel, pero sus reglas fundamentales son dictadas por la tradición anglosajona; Canadá está en el mismo tenor, pero con un equilibrio mayor que el estadounidense, es decir, sus reglas fundamentales se basan en la tradición del “hombre blanco” ya sea en el sentido anglosajón o en el sentido francés. Los mexicanos no son bien vistos en estos países por una razón lógica, racismo (aunque se niegue de manera constante, y se den los argumentos más sofisticados para explicar que no es así), este es el mal mejor difundido de los estados-nacionales; el racismo incluso ha sido uno de los medios de subsistencia de estos modelos de gobierno.
Centroamérica tiene una tradición heredada de la conquista española muy similar a la mexicana; incluso podría decirse que culturalmente son los países más parecidos a México en América. Lo curioso es que México ha conservado un orgullo muy particular con respecto a los países centroamericanos, pues en la época colonial la región en la que ahora se encuentra México era un centro vital del dominio español, esto generó cierto menosprecio por los habitantes de las regiones en las que ahora se encuentran los países centroamericanos. Y es por esto, además, que los centroamericanos igualmente se han dado a la tarea de vernos con recelo, es una ecuación simple: el odio genera odio. La “superioridad” que México siente hacia los países centroamericanos es la razón principal por la que los países (ampliamente hermanados) de esta región vean a los mexicanos con desconfianza.
Sudamérica es un continente interesante, centro de constantes migraciones europeas, cárcel de minorías esclavizadas y hogar incuestionable de muchos grupos nativos. Es interesante porque dependiendo de diversas regiones predominó alguno de los grupos anteriores, lo cierto es que en conjunto conformaron una unidad social muy particular. Estos países desarrollaron un orgullo particular, en el cual la hermandad con México no tenía lugar, pues su cultura a pesar de tener una raíz muy similar es muy distinta. Los sudamericanos son como los hermanastros de los mexicanos, hermanastros que no se llevan muy bien; en este sentido la madre vendría siendo la cultura española, pero las distintas raíces paternas hacen que se vean entre ellos (México/Sudamérica) como diferentes. Estos hermanastros se encuentran en un duelo de egos que les impide reconocer gran parte de sus similitudes.
El problema de los mexicanos y de los países que se pueden englobar en el término de “latinoamericanos” es que han decidido aceptar los cánones de superioridad racial/económica que impuso Europa en nuestro continente. La desintegración de los grupos originarios del continente ha venido precedida de una constante lucha entre los que se consideran herederos de la “superioridad racial” europea (aunque esa sólo sea una idea, a veces sustentada con la riqueza). El mestizaje complicó esta situación en sobremanera, México y los países latinoamericanos viven en una constante lucha interior al no poder definir lo que realmente son. Un país como Argentina en el que la ascendencia europea es muy grande considera que su linaje es suficiente para considerar a sus hermanos como inferiores; en México, Brasil, Uruguay, Paraguay, Chile, etc. también se puede encontrar un paralelismo aunque en menor medida. El problema de los latinoamericanos es precisamente el mismo… añorar a Europa como el origen y certificación de su cultura. El problema es haber heredado lo peor de su cultura.
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Y sin duda Europa es el origen de los países modernos americanos. La economía y cultura del continente derivan de la dominación europea (tómese en cuenta que no de su empatía) simplemente somos el producto bastardo de sociedades coloniales en expansión. Pero nuestro orgullo nos ha llevado más allá, nuestro orgullo nos ha hecho olvidar que no somos más que la miseria de la historia y de las migraciones humanas. Que al igual que los europeos no tenemos nada que festejar de nuestros orígenes, que la humanidad misma lleva en su interior la constante tragedia de querer crear un sentido particular de pertenencia social. Pero tenemos los medios para discernir que provenimos de un lugar asocial, en el que los tribalismos valen verga… TODOS tenemos la suerte de haber surgido en un mismo lugar (la Tierra) por los medios inexorables de la física y de la materia.
¿Qué desvela todo esto de la posición de México en el mapa americano? Odiados por la mayoría, odiamos a la mayoría. En la constante depredación tratamos de aprender a sobrellevar el dolor existencial intentando a la vez depredar (conclusiones comunes, pero que deben ser oídas de vez en cuando). Los mexicanos pretendemos hacer válido eso de que somos muy chiludos y los culeros nos la pelan, porque somos rezongones y no nos dejamos (aunque en la práctica sea lo contrario). México en su bella posición como país norteamericano es visto por los demás países como el bellaco mestizo que no pertenece a ningún lugar y que no debería pretender pertenecer a alguno. México es México. No es norteamericano, no es hermano de Centroamérica y tampoco es hermanastro de Sudamérica; así nos vemos y así nos ven (aunque en los hechos seamos esas tres cosas), esa es la tragedia de la posición mexicana… incluso de todo país existente.
En esta soledad, en la creencia de los estados-nación que hemos conformado nos hundimos en lo realmente impersonal… dejamos que los demás también se hundan en la ignorancia, porque precisamente ellos nos hunden en dicha ignorancia; nadie tiene la culpa. ¿Es tan difícil reconocer que el mundo se está yendo a la mierda porque las naciones no se reconocen en una misma? La filosofía está muriendo al son de los himnos nacionales, esto se sabe desde hace mucho tiempo, pero nadie hace nada para evitarlo. La gente dice “oh sí, soy mexicano”, u “oh sí, soy argentino, u “oh sí, soy colombiano” y todos terminan con “por cierto, somos los mejores”.
Ahí seguirá México en una encrucijada insalvable, entre el “necesario” amor propio y el “innecesario” amor por los demás. Así es este mundo, incluso así es a la escala micro, los queretanos no aprecian mucho a los guanajuatenses, por ejemplo, o los chilangos a todos los demás estados. Incluso en la escala micro se ve lo jodido del asunto de la modernidad. Y todo ese amor que supuestamente se prodiga hacia los países hermanos, es pura y vil mierda, pura hipocresía inconsciente, pues el mundo capitalista no se preocupa por hermandades reales, se preocupa porque sigan existiendo rivalidades.
¿De qué sirve toda la evolución humana si termina en un mapa mundial donde las fronteras sólo pretenden ser eliminadas mediante la muerte o el sutil sometimiento económico? Por qué mejor no vamos todos y comemos mierda de una vez en el infierno; así nos ahorramos años de autodestrucción.
¿A qué viene toda esta basura pesimista? No lo sé, pero al menos trata de guardar y generar un poco de optimismo. Si alguien llega a leer lo que he escrito pensará que soy un estúpido maniqueo (pues evidentemente el fenómeno es muy complejo), que omite datos históricos, ortográficos y de redacción; y por lo tanto esta perorata únicamente es digna de atención para ser refutada (tal vez ni de eso es digna, en fin) mediante la teoría y la práctica.
De esta manera, y en una visión muy simplista, tenemos 4 regiones diferenciales: Norteamérica, Centroamérica, el Caribe y Sudamérica. Nominal y económicamente México pertenece a Norteamérica, pero culturalmente no hay duda de que sus lazos con Centroamérica y Sudamérica son más fuertes. Aquí está lo bello del asunto, México es un país en una encrucijada entre lo geográfico y lo cultural; y por ello es impopular en la mayoría de los países americanos.
Norteamérica tiene una tradición cultural que se inclina más al purismo europeo. Estados Unidos es un país ampliamente “multicultural” (expresado en las minorías), al menos en el papel, pero sus reglas fundamentales son dictadas por la tradición anglosajona; Canadá está en el mismo tenor, pero con un equilibrio mayor que el estadounidense, es decir, sus reglas fundamentales se basan en la tradición del “hombre blanco” ya sea en el sentido anglosajón o en el sentido francés. Los mexicanos no son bien vistos en estos países por una razón lógica, racismo (aunque se niegue de manera constante, y se den los argumentos más sofisticados para explicar que no es así), este es el mal mejor difundido de los estados-nacionales; el racismo incluso ha sido uno de los medios de subsistencia de estos modelos de gobierno.
Centroamérica tiene una tradición heredada de la conquista española muy similar a la mexicana; incluso podría decirse que culturalmente son los países más parecidos a México en América. Lo curioso es que México ha conservado un orgullo muy particular con respecto a los países centroamericanos, pues en la época colonial la región en la que ahora se encuentra México era un centro vital del dominio español, esto generó cierto menosprecio por los habitantes de las regiones en las que ahora se encuentran los países centroamericanos. Y es por esto, además, que los centroamericanos igualmente se han dado a la tarea de vernos con recelo, es una ecuación simple: el odio genera odio. La “superioridad” que México siente hacia los países centroamericanos es la razón principal por la que los países (ampliamente hermanados) de esta región vean a los mexicanos con desconfianza.
Sudamérica es un continente interesante, centro de constantes migraciones europeas, cárcel de minorías esclavizadas y hogar incuestionable de muchos grupos nativos. Es interesante porque dependiendo de diversas regiones predominó alguno de los grupos anteriores, lo cierto es que en conjunto conformaron una unidad social muy particular. Estos países desarrollaron un orgullo particular, en el cual la hermandad con México no tenía lugar, pues su cultura a pesar de tener una raíz muy similar es muy distinta. Los sudamericanos son como los hermanastros de los mexicanos, hermanastros que no se llevan muy bien; en este sentido la madre vendría siendo la cultura española, pero las distintas raíces paternas hacen que se vean entre ellos (México/Sudamérica) como diferentes. Estos hermanastros se encuentran en un duelo de egos que les impide reconocer gran parte de sus similitudes.
El problema de los mexicanos y de los países que se pueden englobar en el término de “latinoamericanos” es que han decidido aceptar los cánones de superioridad racial/económica que impuso Europa en nuestro continente. La desintegración de los grupos originarios del continente ha venido precedida de una constante lucha entre los que se consideran herederos de la “superioridad racial” europea (aunque esa sólo sea una idea, a veces sustentada con la riqueza). El mestizaje complicó esta situación en sobremanera, México y los países latinoamericanos viven en una constante lucha interior al no poder definir lo que realmente son. Un país como Argentina en el que la ascendencia europea es muy grande considera que su linaje es suficiente para considerar a sus hermanos como inferiores; en México, Brasil, Uruguay, Paraguay, Chile, etc. también se puede encontrar un paralelismo aunque en menor medida. El problema de los latinoamericanos es precisamente el mismo… añorar a Europa como el origen y certificación de su cultura. El problema es haber heredado lo peor de su cultura.
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Y sin duda Europa es el origen de los países modernos americanos. La economía y cultura del continente derivan de la dominación europea (tómese en cuenta que no de su empatía) simplemente somos el producto bastardo de sociedades coloniales en expansión. Pero nuestro orgullo nos ha llevado más allá, nuestro orgullo nos ha hecho olvidar que no somos más que la miseria de la historia y de las migraciones humanas. Que al igual que los europeos no tenemos nada que festejar de nuestros orígenes, que la humanidad misma lleva en su interior la constante tragedia de querer crear un sentido particular de pertenencia social. Pero tenemos los medios para discernir que provenimos de un lugar asocial, en el que los tribalismos valen verga… TODOS tenemos la suerte de haber surgido en un mismo lugar (la Tierra) por los medios inexorables de la física y de la materia.
¿Qué desvela todo esto de la posición de México en el mapa americano? Odiados por la mayoría, odiamos a la mayoría. En la constante depredación tratamos de aprender a sobrellevar el dolor existencial intentando a la vez depredar (conclusiones comunes, pero que deben ser oídas de vez en cuando). Los mexicanos pretendemos hacer válido eso de que somos muy chiludos y los culeros nos la pelan, porque somos rezongones y no nos dejamos (aunque en la práctica sea lo contrario). México en su bella posición como país norteamericano es visto por los demás países como el bellaco mestizo que no pertenece a ningún lugar y que no debería pretender pertenecer a alguno. México es México. No es norteamericano, no es hermano de Centroamérica y tampoco es hermanastro de Sudamérica; así nos vemos y así nos ven (aunque en los hechos seamos esas tres cosas), esa es la tragedia de la posición mexicana… incluso de todo país existente.
En esta soledad, en la creencia de los estados-nación que hemos conformado nos hundimos en lo realmente impersonal… dejamos que los demás también se hundan en la ignorancia, porque precisamente ellos nos hunden en dicha ignorancia; nadie tiene la culpa. ¿Es tan difícil reconocer que el mundo se está yendo a la mierda porque las naciones no se reconocen en una misma? La filosofía está muriendo al son de los himnos nacionales, esto se sabe desde hace mucho tiempo, pero nadie hace nada para evitarlo. La gente dice “oh sí, soy mexicano”, u “oh sí, soy argentino, u “oh sí, soy colombiano” y todos terminan con “por cierto, somos los mejores”.
Ahí seguirá México en una encrucijada insalvable, entre el “necesario” amor propio y el “innecesario” amor por los demás. Así es este mundo, incluso así es a la escala micro, los queretanos no aprecian mucho a los guanajuatenses, por ejemplo, o los chilangos a todos los demás estados. Incluso en la escala micro se ve lo jodido del asunto de la modernidad. Y todo ese amor que supuestamente se prodiga hacia los países hermanos, es pura y vil mierda, pura hipocresía inconsciente, pues el mundo capitalista no se preocupa por hermandades reales, se preocupa porque sigan existiendo rivalidades.
¿De qué sirve toda la evolución humana si termina en un mapa mundial donde las fronteras sólo pretenden ser eliminadas mediante la muerte o el sutil sometimiento económico? Por qué mejor no vamos todos y comemos mierda de una vez en el infierno; así nos ahorramos años de autodestrucción.
¿A qué viene toda esta basura pesimista? No lo sé, pero al menos trata de guardar y generar un poco de optimismo. Si alguien llega a leer lo que he escrito pensará que soy un estúpido maniqueo (pues evidentemente el fenómeno es muy complejo), que omite datos históricos, ortográficos y de redacción; y por lo tanto esta perorata únicamente es digna de atención para ser refutada (tal vez ni de eso es digna, en fin) mediante la teoría y la práctica.
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