Complejos mundialistas

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Ciertamente el fútbol es el opio de las masas, aunque no todos disfrutan de la misma manera las drogas. No es fácil definir el encanto que el fútbol genera en las masas, podría parecer un sentimiento burdo y regionalista a simple vista, pero va más allá cuando despierta los eternos instintos de competencia del ser humano, lo vemos en los animales, y qué somos nosotros, animales un poco más complicados; pero en esencia, animales. La fuerza, la habilidad y la fortaleza psicológica es parte de lo que hace al fútbol interesante, para qué está el ser humano en el mundo si no es para demostrar lo que es capaz de hacer con su cuerpo, qué otra finalidad podría tener el cuerpo si no es la de mostrarse en este universo.

Las copas mundiales nacieron con el deseo de exaltar a los estados-nación y en la necesidad de que las guerras se trasladaran a las canchas. Las copas mundiales no son más que una necesidad social, es simple vanidad y capitalismo, nuestra sociedad desde hace siglos está basada en la economía y en el status social. Entonces surge la necesidad de mostrar cuál país es el mejor del mundo en cierto deporte, y de paso generar ganancias. Los estados-nación son como los individuos, nacen, crecen, se reproducen y se van a la verga, evolución lógica y ordenada. El mundo podría parecer un lugar más seguro con equipos de fútbol en lugar de ejércitos; en parte esa es la idea.

Sólo tengo la necesidad de hablar de cuatro mundiales, los que son cercanos a mí, y de los que puedo al menos tener recuerdos relativamente tangibles. Estados Unidos 1994, Francia 1998, Corea-Japón 2002 y Alemania 2006; parece poca cosa pero al paso de los mundiales pareciera que la vida transcurre de forma más veloz. Recuerdos infantiles y recuerdos de juventud llenan los días que perdí centrando mi atención en los mundiales, no es que ninguno de ellos fuera esencialmente malo, pero el fútbol en si mismo implica una pérdida de tiempo. Podemos disfrutarlo y admirarlo, pero como aficionados no podemos vivir de él (en el sentido económico) más bien por nosotros se mantiene la lógica.

Para los noventas ya se sabía que la máxima potencia mundial era Estados Unidos, que mejor manera de celebrar su nueva faceta como ordenador del mundo capitalista que celebrando un mundial de fútbol; a final de cuentas para un país con poca afición por el fútbol, el fútbol era lo de menos. Algunas cuantas tragedias, muchas drogas de aquí para allá y el balón rodando en las canchas. Es un momento crucial en el fútbol mexicano, se llega a los octavos de final con grandes esperanzas de calificar, pero en el camino se puso una Bulgaria fuerte y decidida. Hay imágenes que se quedan en la mente para siempre y la de Stoitchkov celebrando de la manera más mamona posible su gol es de las que empiezan a acomplejar a los mexicanos, llenándonos de odio el corazón y del deseo fugaz de ganar el partido sea como sea; eso fue lo que nos jodió y esa fue la historia de los mundiales que estaban por venir. La posterior excusa de “los malditos penales” sólo fue un prólogo de nuestra debilidad sicológica.

En 1998 la gente se preparaba para el fin del mundo, y por ende para el último mundial de la historia; lamentablemente para los profetas del apocalipsis la historia siguió siendo la misma. Un nuevo mundial en un país de primer mundo ávido de hacer ganancias y de vender playeras de Ronaldo con el mítico 9 en el dorsal. La verdad es que para este mundial entramos casi sin esperanzas de pasar a segunda ronda, pues parecía que los dos lugares disponibles estaban reservados para Bélgica y Holanda. Pero casualmente aquí es dónde empieza a surgir la mítica creencia de que México se crece contra equipos grandes, los cardíacos goles del cuau y del matador nos pusieron en la segunda ronda dejando fuera al gemelito de Holanda, y entonces, como era de esperarse todo eran sueños y esperanzas, el deseo de ganar como sea en su máxima expresión. Pero los alemanes tenían otros planes, nos dejaron emocionarnos durante una hora y media de juego, para de repente sacar su muy hablada efectividad.

Para el nuevo siglo ya todos estábamos más tranquilos con el tema del fin del mundo, todos estábamos alegres ante la posibilidad de tener tres mundiales más, pues por ahí las malas lenguas ya empezaban a hablar del 2012. Para este mundial México llegó con uno de sus mejores equipos, y con grandes ilusiones, pero ya con la marca puesta sobre nuestra generación de querer llegar hasta cuartos de final y no poder hacerlo. Esta vez el mundial fue en dos países asiáticos, el nuevo milenio había traído la moda de romper esquemas y viejas ideas; y así fue, porque es un mundial en el que los equipos “chicos” se empiezan a medir al tú por tú con los “grandes”, la globalización al fin había llegado al fútbol. Para México fue una primera fase brillante, ganando dos partidos y empatando uno, aunque ese empate frente a los italianos nos supo a victoria, para ese momento había muchas ilusiones, todos estaban frenéticos, incluso a algunos jugadores se les fue el hocico de manera irresponsable diciendo que iban con todo hasta la final de la copa. Entonces la emoción llegó al clímax cuando el rival de México era Estados Unidos, a gritos de “ora sí pinchis gringos nos los vamos a coger” se fue otro mundial a la chingada, un partido malo, una motivación teñida de arrogancia fue lo que nos partió la madre, el burdo deseo de ganar por simplemente pensar que somos mejores sin demostrarlo. Para un morro baboso de 17 años como yo, esa fue una tragedia peor que la caída del puerto de Veracruz en 1847 a manos de los gringos.

Pasaron cuatro años más, el mundo se volvió un lugar menos seguro para vivir y las guerras fueron en aumento, pero la pelota no podía parar de rodar, y así es como recibimos el mundial de Alemania 2006 el cual podemos recordar aún como si hubiera sido ayer. Para este mundial llegamos dirigidos de la mano de un argentinete mamón que por esa época se creía la gran cosa, y pues en cierta manera lo parecía porque las cosas le salían. No fue una primera fase brillante, pero al menos se había calificado a la segunda ronda, y tocaban los argentinos, no los enfrentamos con miedo pero tampoco con contundencia. El partido fue muy disputado y los goles tempraneros le pusieron un freno a los bríos de los dos equipos, cuando parecía que México dominaba –al menos eso hemos querido pensar, pues el partido estaba de ida y vuelta– un jugador argentino del cual quiero borrar su horrible nombre y rostro de mi mente hizo una de esas genialidades que dejan a los rivales con el hocico abierto y el corazón destrozado.

Ya estamos en 2010 y un nuevo enfrentamiento contra Argentina está en puerta, la selección argentina de este mundial sin duda es mejor que la de hace 4 años, pero eso no significa que no exista la posibilidad de que pierdan, el fútbol mexicano también ha crecido, pero ganar dependerá de la postura mental que asuman los jugadores durante el partido. Desde mi punto de vista pensar en términos de ganar o perder siempre limita el potencial humano, yo pienso que deben salir sin pensar en nada y sobre todo salir sin pensar que tienen la obligación de ganar, históricamente podemos comprobar que el hecho de desear no da efectividad, tienen que salir sin desearlo y entonces se abrirá la posibilidad de que ganen. El que no deseen vehementemente ganar no quiere decir que el objetivo no sea ganar, simplemente deben dejarse llevar por el momento. Entonces los pies y la fortaleza mental tendrán posibilidad de decidir el destino.